Por
Omar Iruela Gonzalez, Güines,
La Habana, Cuba
Imagínese
usted la ciénaga más
extensa de las Antillas que
cubre la casi totalidad de
la Península de Zapata,
ese accidente geográfico
claramente perceptible cuando
se observa la costa sur de
cualquier mapa cubano.
Acompáñeme
ahora a través de una
tupida vegetación en
ese humedal, de unos cinco
mil kilómetros cuadrados.
Nos toparemos seguramente
con muchas de las 160 especies
de aves que habitan la región.
Tal vez con algún huidizo
venado. Ojalá que no,
con algún cocodrilo.
Pero es bastante improbable
tropezarnos en nuestro viaje
con varios seres humanos.
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De
pronto, en medio de ese verde intenso,
una laguna más o menos circular
de 16 kilómetros cuadrados
de superficie, con una anchura máxima
de cuatro, y una profundidad máxima
de seis metros. Ha llegado usted a
la Laguna del Tesoro, el mayor estanque
de agua dulce que la naturaleza formó
en Cuba donde los pescadores profesionales
capturaron una trucha que pesó
más de 30 libras, un record
que recorrió la prensa norteamericana
en los años cincuenta.
El
origen de tan novelesco nombre para
un lago, se explica por dos versiones
populares no menos fascinantes. Unos
dicen que los indios de Yaguaramas
y Hanábana, al norte de la
Ciénaga, ofrendaron a las aguas
lacustres sus tesoros de oro, igual
que lo había hecho el cacique
Hatuey en un río oriental para
evitar que llegaran a manos de los
conquistadores españoles..
Para
otros, el nombre se debe a un entierro
en la zona de un tesoro pirático.
Sin
embargo, no hemos llegado nosotros
hasta aquí para pescar. Ni
tan siquiera para desenterrar un antiguo
botín de oro. En todo caso
con un poco de suerte tendremos la
posibilidad de encontrar un tesoro
vivo mucho más valioso y anterior
a los de la leyenda.
El
Manjuarí lleva justamente el
sobrenombre de “Fósil
Viviente”. Idolatrado y temido
por los indios cubanos que lo llamaron
“Manchuarí” en
su lengua debido a sus abundantes
(manchuar) dientes, la comunidad científica
lo bautizó más tarde
como Atractosteus tristoechus.
De
la rama de los Ganoideos o peces arcaicos
del Período Carbonífero,
se le estima como forma primitiva
de los peces con esqueleto, precursor
de anfibios & batracios. El principal
interés sobre este sobreviviente
de épocas Paleozoicas es que
se trata de un animal sin cambio o
mutación alguna sobre su estructura
a lo largo de 135 millones de años
de existencia, aunque por ley de la
evolución hace ya mucho tiempo
debería haber desaparecido
o al menos no mantener la imagen que
aún conserva.
Su
habitat ideal lo constituye las aguas
dulces de la Laguna del Tesoro y lagunatos
adyacentes, cuyo fondo está
cubierto por un lodo suave conformado
por increíbles cantidades de
limo y deyecciones de miles de aves
que pueblan la zona, aunque también
se ha localizado en la costa sur de
la Isla de la Juventud (antigua Isla
de Pinos), en el río Hatiguanico
que atraviesa la ciénaga de
Zapata, pudiendo incluso penetrar
en aguas francamente marinas, pero
es raro en dicho medio.
El
Manjuarí posee un cuerpo cilíndrico
alargado muy parecido al de los reptiles
y en lugar de escamas presenta duras
y brillantes placas, cual un pez acorazado.
La dura osamenta craneal aplastada
como la del cocodrilo, tiene forma
de cruz.
Anatómicamente,
sus vértebras como caso único
en los peces, son de forma parecida
a la de ciertos grupos de reptiles
por ser su extremo anterior convexo,
mientras el posterior es cóncavo,
lo que se conoce científicamente
bajo el nombre Opistocelia. En los
restantes grupos son bicóncavos.
Como
evidencia de su gran antigüedad
muestran entre otros caracteres, un
tracto intestinal provisto de una
válvula espiral y una aleta
caudal heterocerea, puesto que ésta
externamente es casi redondeada; en
realidad tiene el extremo de la columna
vertebral dirigido hacia arriba. Estas
cualidades se hallan en otros peces
primitivos como los tiburones y los
esturiones.
Resulta
notable el gran desarrollo de su vejiga
natatoria, la que se encuentra unida
por conducto a la parte superior del
esófago. El aspecto de este
órgano es parecido al de un
pulmón, pues presenta muchos
vasos sanguíneos y sus paredes
están celularizadas, como un
panal de abejas.
Este
órgano actúa como un
apéndice de respiración
auxiliar, pues gracias a él
es capaz de absorber el aire atmosférico,
especialmente durante los meses más
calurosos del año, cuando la
disminución del oxígeno
lo requiere (nótese que la
temperatura media en Cuba es de 25
º C, ideal para el acuarismo,
pero en los meses de Julio y Agosto
puede alcanzar con frecuencia los
35º C o 36º C ). No obstante
esta estructura no le capacita para
mantenerse mucho tiempo fuera del
agua, pues su respiración es
primeramente branquial. El aire residual
expulsado violentamente por el opérculo
en forma de burbujas, permite localizarlo
desde la superficie.
Sumamente
osificado, el esqueleto le provoca
una rigidez tal en el cuerpo que al
nadar sólo mueve las aletas.
De color pardo oscuro un tanto verdoso
y algo más claro por debajo,
la viscosidad que lo recubre le permite
resbalar y escapar velozmente entre
las aguas.
A
estas posibilidades defensivas une
tres filas de punzantes dientes con
los cuales arma su prominente y larga
boca. Gran devorador de otras especies
fue dueño y señor de
las aguas dulces, hasta que cocodrilos
y caimanes aparecieron entre la fauna
de este medio.
Es
el más voraz de los peces cubanos,
atacando a aquellos más pequeños
y a las ranas y crustáceos.
Recientemente ha encontrado otra fuente
abundante de alimentación con
la introducción de las Tilapias.
Llega incluso a atacar a las aves
acuáticas, pero en sus estadios
juveniles es depredado por la trucha
(Micropterus salmoides), otra especie
introducida en Cuba.
Como
debe suponerse, posee una instintiva
agresividad originada en un medio
hostil de animales antidiluvianos
donde debió librar cruentas
luchas para salir indemne como especie,
mas quizás un poco acostumbrado
al medio actual, muchas veces reacciona
con tranquilidad y permite al ser
humano ofrecerle comida casi en la
boca.
El
Atractosteus tristoechus puede alcanzar
hasta dos metros de largo, pero es
más frecuente hallar ejemplares
de 50 a 100 centímetros.
La
hembra deposita los huevos, una vez
fertilizados, en racimos sobre la
vegetación, piedras y otros
objetos sumergidos, a los que se adhieren
mediante una sustancia mucilaginosa
que los cubre. Son de tamaño
comparativamente grande de unos 4
mm, de color verdoso y son venenosos,
lo que debe haber desempeñado
un papel decisivo en su larga sobrevivencia.
Las
larvas o alevines eclosionan a las
72 horas, con temperatura cálida
y presentan la curiosa particularidad
de tener una ventosa adhesiva frente
a la boca mediante la cual se fijan
a la yema del saco vitelino para nutrirse
durante una semana.
Transcurrido
ese lapso desaparecen ambas estructuras
y devienen prejuveniles de mayor tamaño,
nadando libremente a los 10 días
adquiriendo la presencia adulta y
alimentándose de larvas de
mosquito, insectos acuáticos
y crustáceos pequeños.
Su crecimiento es notablemente rápido,
pues en el primer año alcanzan
los treinta centímetros de
largo.
Su
mantenimiento en cautiverio es posible
siempre y cuando se le proporcione
un tanque lo suficientemente grande
para su tamaño, se agrupe solo
con ejemplares de su especie, la temperatura
alcance cifras por encima de los 25
º C y la alimentación
sea carnívora con inclusión
de presas vivas.
De
hecho en lo personal he tenido la
oportunidad de admirar al Manjuarí
en dos ocasiones, ambas en cautiverio.
Una de ellas en una enorme pecera
en el Acuario Público de Agua
Dulce de calle Cien y Cortina de la
Presa, Municipio Arroyo Naranjo, Ciudad
de La Habana, y la otra en un estanque
mediano de un minizoo de especies
cubanas de la Playa de Varadero. Paradójicamente,
el día que fui a la Laguna
del Tesoro a observarlo en su entorno,
nuestro primitivo amigo no se mostró
a los impacientes espectadores.
Otras
dos especies de Manjuaríes
vivos se encuentran en América:
el Manjuarí-Caimán de
la cuenca del Mississipi, en Estados
Unidos y su pariente cercano conocido
como Catán o Peje Lagarto que
llega a sobrepasar los tres metros
de largo y hasta 137 kilos de peso.
Aunque no se conoce de ningún
caso de ataque al hombre, al Catán
en algunas zonas de México,
se le teme como a un tiburón
de agua dulce, pues acostumbra a destruir
las redes para apoderarse de la pesca.
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